lunes, 19 de abril de 2010

MARTA FONSECA


Algunos rayos de sol pretendían estropear mi jornada sombría. Una primavera que no quiere serlo se compadece bien con una imagen de Marta que yo mismo he creado: puntual, como siempre, para unas cañas en el Hidalgo y un café en El perro verde.

—Adivina.— Y sin mirarme a los ojos.
—¿Qué quieres que adivine esta vez?
—Déjalo.— Y limpia las gafas con la camiseta, de cualquier manera. —Ayer recibí un mail de Raúl. Creo que sabía que venías y me daba su dirección para ti. Calle Carmen Calzado, número 13. Tendrás que perdonarme pero no pude esperar y quise verlo anoche mismo.
—Nada, ¿no?
—Nada... Otra casa abandonada... Céntrica, pero abandonada... Quizá ni siquiera se haya instalado aquí.
—¿Por qué querías verlo? Pensaba que ibas a tomarte en serio aquello de reducir vuestra relación al intercambio de correos...
—Por la carpeta— añade, ¿avergonzada? —No, no la que te envió a ti, me refiero a la primera, de la que pensaba deshacerse. Sospecho que puede ser mucho más interesante que la segunda. ¿Sabes que Carlos publicó un par de cosas cuando era joven? Y no, no es un cuento más, podrás comprobarlo cuando quedemos esta noche. Esa historia de los recortes, de los rostros de desconocidos, parece tener relación con su manera de construir sus relatos.

Después de una hora con el mismo café, empecé a escuchar a una pareja junto a la barra: una historia de reproches en la que una tal Rosa parecía jugar su papel. Sólo volví a nuestra conversación para preguntar a Marta si Raúl le había contado algo más.

—Ya lo puedes imaginar... Por eso me preguntas, ¿verdad? Me daba bastantes detalles sobre tu idea de mudarte a Barcelona. ¿Quieres mi opinión?
—No te prives.
—Tienes que ser más realista.

Y lo peor de todo es que quizá estaba siendo demasiado realista. El juego lo comenzó Raúl para que mi función se redujera a no contar la verdad, lo cual es mucho más complicado de lo que aparentemente podía pensar un mentiroso como él. No sé si creía que podía acostarse con ella o si se trataba una vez más de su incapacidad para hablar con alguien de otra cosas que no fueran los demás. Lo primero que decidió contarle fue aquello de que yo era un escritor prolijo que no publicaba nada y destruía casi todos sus papeles. Después vinieron algunos detalles sin importancia: algunos viajes sólo proyectados, trabajos temporales... Después vino lo de mi divorcio ficticio tras mi ficticio matrimonio fracasado, algunas aventuras... De hecho, llevaba varios meses sin que Raúl me diera cuenta de mi vida inventada y, sin embargo, a Marta y a mí no parecía afectarnos. Él conseguía ocultarle mi excesivamente realista manera de entender el mundo y hacía que hablar con ella de cuando en cuando me pareciera mucho más interesante y tranquilizador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario